Qué mala, la leche 

Hoy es el día en que llega a nuestras carteleras (y a todas las demás) "Ángeles y Demonios", esperada adaptación de la novela homónima de Dan Brown publicada un par de años antes que su exitoso "Código Da Vinci". Y como era de esperar, los artífices de "Ángeles y Demonios" son los mismos que en su día trajeron al mundo la adaptación de "El Código Da Vinci": Ron Howard dirige, Akiva Goldsman escribe (a quien ayuda esta vez un David Koepp en horas muy bajas) y Tom Hanks repite en el papel protagónico.
Disfrazada de secuela en su versión cinematográfica, en esta ocasión Robert Langdon se ve sumido en una trama de sectas, religión y bombas, en la que los Illuminati secuestran a varios cardenales y amenazan con matar a uno cada hora hasta llegar a la medianoche, momento en el que harán estallar una bomba de antimateria en el propio Vaticano... en fin.
Recogiendo directamente el testigo de bluff del verano que los agentes Mulder y Scully dejaron atrás, "Ángeles y Demonios" se convierte desde sus primeros compases en un serio candidato a peor producción del año, un triste espectáculo que hace más aguas que un colador y que vuelve a confirmar que, en Hollywood, le dan dinero al primero que pasa sin importar la calidad de su propuesta.
A lo largo y ancho de sus insufribles 138 minutazos, no hay absolutamente nada que provoque un mínimo de interés en el espectador, sea fan de la obra de Brown o completo desconocedor de la misma.
Partiendo de la base de que la pretendida seriedad de este proyecto se echa por tierra en sus primeros minutos, con la presentación del McGuffin de la cuestión (una bomba de antimateria, ¿en serio?), Howard y compañía camuflan en un galimatías de pedanterías y sabelotodos una trama tan falta de sentido como simple (por no decir rematadamente estúpida) y previsible.
Como si de un tour de force de erudición en banalidad se tratase, prácticamente todos los diálogos de la película se limitan a una pelea de gallitos para ver quién sabe más sobre las iglesias, fuentes, estatuas o cristianismo en general: entre Langdon y su compañera (Ayelet Zurer), entre Langdon y el camarlengo (Ewan McGregor), entre el camarlengo y el cardenal (Armin Mueller-Stahl), y así sucesivamente.
El problema radica en que el conocimiento del que se farda en "Ángeles y Demonios" se basa en información que a duras penas supera los resúmenes iniciales de cualquier guía de Roma, por lo que son muy pocas (si es que las hay) las veces en las que alguno de los personajes comenta una auténtica revelación para el público.
El caso es que de este modo, a través de mucha charla y poca acción, Langdon y compañía van avanzando en su investigación, descubriendo pruebas y más pruebas que indican el lugar en el que ocurrirá el próximo asesinato. Sin embargo, quizás por contar con sólo una hora entre asesinato y asesinato, quizás porque simplemente la imaginación de Brown no da para más, el mismo problema se refleja en la resolución de los acertijos. De tan aparentemente complejos que parecen al principio, al final prácticamente todos se limitan a una estatua que señala ¡con el dedo! el siguiente lugar al que ir. Difícil, ¿eh?
Por si eso no bastara como ejercicio de aburrimiento, "Ángeles y Demonios" repite íntegramente su estructura hasta cuatro veces, de manera que la ya de por sí terriblemente fragmentada trama arranca de cero una y otra vez acabando con la paciencia del respetable.
Tan sólo varía, lógicamente, en su conclusión (miedo me da lo que hubiera pasado de ser más de cuatro los cardenales secuestrados), momento en el que el ridículo se alza definitivamente como protagonista absoluto de la función.
De la mano de un Ewan McGregor tan lamentable como el resto del reparto, conforme se alcanza el clímax se va demostrando la salida de tiesto absoluta en que va a acabar todo, temores que se confirman cuando el exceso impregna la pantalla en forma de CGI a mansalva, y la risotada se generaliza en la sala.
Cuando por fin, por fin se encienden las luces, lo que queda es la sensación de enésima tomadura de pelo hollywoodiense, dos horas y veinte de auténtico sufrimiento cinematográfico, fallido en todos sus apartados por muy bajas que se tengan las expectativas (juro que así las llevaba yo). En el caso español, además, el padecimiento se hace también auditivo, pues un servidor no recuerda un doblaje tan bochornoso desde "El Resplandor". Baste con decir que al lado de "Ángeles y Demonios", "Kung Fusión" parece un drama costumbrista sueco.
Si para algo sirve esta película es para confirmar tres cosas. La primera, que la relación entre dinero y calidad está comenzando a ser inversamente proporcional. La segunda, que Ron Howard hace años que debió dejar de hacer cine. Y la tercera, que Tom Hanks hubiese quedado perfecto como Nixon. Podríamos decir que también sirve para ver los mejores lugares de la ciudad más bonita del mundo, pero como la mayoría de ellos están recreados por ordenador, lo dejaremos para otra ocasión.
15-05-09 (15:19h)